FICM 2014 – Review de “Whiplash”

En muy raras ocasiones llegamos a tener oportunidad de ver películas que puedan lograr evocar sentimientos tan poderosos, profundos y ocultos en nuestro interior. Whiplash, la película más reciente de Damien Chazelle, protagonizada de una forma sorprendente por Miles Teller y J.K. Simmons logra eso y más con un montaje trepidante, in crescendo, al ritmo de múltiples melodías de jazz.

El personaje de Miles Teller, Andrew, está buscando algo muy básico, el reconocimiento, convertirse en uno de los mejores bateristas de la historia bajo la tutela de Fletcher (Simmons) un profesor muy poco ortodoxo que utiliza métodos muy peligrosos para las personas de baja autoestima con la finalidad de lograr explotar el mayor potencial de sus estudiantes.

Como podrán notar, la historia en sí es algo realmente simple, donde las motivaciones del personaje principal tal vez no estén desarrolladas al máximo, pero afortunadamente esto no es una desventaja, sino todo lo contrario. Es ahí donde radica su mayor logro, su sencillez logra compenetrarnos de una forma mucho más poderosa y honesta, que si hubieran decidido ir por el camino fácil del drama barato.

Otro punto que eleva la película a un nivel increíble, son las actuaciones de Teller y Simmons, un duelo actoral sumamente interesante en donde sus constantes choques de personalidad, métodos e ideas, crean una dinámica muy interesante en su relación maestro-alumno, admiración-desprecio, una incesante ola de emociones que van del llanto a la risa, de la angustia a la euforia.

Whiplash es una película llena de grandes momentos, de sudor; sangre; esfuerzos; sacrificios, físicos o emocionales, que lograrán acelerar el pulso de tu corazón al ritmo de un poderosísimo solo de batería mientras ves sufrir, vivir, escuchar, pero sobretodo sentir el poder de la música. El esfuerzo, la tortura física y emocional a la que se somete Andrew con tal de lograr su objetivo es algo digno de admirar, pues en este mundo de la música, no hay lugar para la mediocridad, solo para la grandeza, pues como dice Fletcher:

“No existen dos palabras más mediocres que: buen trabajo.”