La ópera prima del director Axel Uriegas, originalmente titulada “Chapo, el escape del siglo” y posteriormente renombrada “Capo, el escape del siglo”, se pensó para romper récord en taquilla.
La idea resultó exitosa, la película vista hasta el momento por más de 18 mil personas, se estrenó el pasado 15 de enero con 150 copias y recaudó más de 3 millones 400 mil pesos en su semana de estreno. Resulta inevitable deducir que el éxito en taquilla se dio por la importancia mediática del tema, y no por las expectativas de ver un buen trabajo cinematográfico, además la publicidad del filme se dio en forma automática con la noticia de la recaptura del famoso narcotraficante. Luego entonces, el reto de taquilla estaba resuelto, el problema es que se tiene pensado el lanzamiento de cuatro secuelas de esta cinta, pero la primera de ellas no deja un buen sabor de boca en los espectadores. La producción es muy pobre, parece que estamos viendo un trabajo escolar o un video home ochentero, los diálogos son cortos y simples, pero lo más grave es que los actores están mal dirigidos y se nota en todo momento la prisa con la que se filmó esta ficción express rodada en tan solo dos meses.
Quizá fue tanta la prisa que ni siquiera tuvieron tiempo de hacer un correcto trabajo de casting o de conseguir a los actores adecuados para tantos personajes, resulta totalmente increíble la propuesta del actor mexicano Kristoff Raczynski como “Larry” el enviado del gobierno estadounidense cuyo acento defeño y perfecto español mexicano ponen inmediatamente en tela de juicio la credibilidad del personaje. Otro error en la elección del reparto es el del actor Armando Hernández como el Presidente Enrique Peña Nieto, un señor que no se parece en lo más mínimo al mandatario mexicano y que nos hace extrañar el trabajo de otros actores que han hecho mucho mejor ese papel, como lo fue el caso de Sergio Mayer en La Dictadura Perfecta.
En la trama se nos plantea la aparición de dos personajes colombianos a quienes el enviado del gobierno estadounidense les encomienda la misión de asesinar al “Capo” Joaquín Guzmán Loera interpretado (ese sí) creíblemente por el actor Irineo Álvarez. Los colombianos son una pareja de torpes y ambiciosos delincuentes que nos recuerdan a “Los caquitos” de Chespirito o a cualquiera de esas parejas torpes de criminales amateurs, dispuestos a realizar cualquier misión a cambio de una jugosa ganancia. Si bien la pareja de colombianos logra sacar algunas carcajadas con sus cómicas escenas mezcladas entre el humor voluntario y el involuntario, restan inmediatamente la seriedad que implicaba relatar la ficción de una historia que se vende como seria y que aunque su director lo niegue, tiene pretensiosas intenciones y conlleva la responsabilidad de relatar un hecho político y social de la realidad mexicana.
Capo, el escape del siglo, dura menos de 90 minutos y parecen ser una eternidad, existen momentos en los que se nota que no hay más que contar, escenas de relleno y un ritmo lento que no permite la atención ni la expectación de quien se dispone a presenciar ese martirio visual de aletargamiento narrativo y pésimas actuaciones. La visión de los hechos está hecha para encajar perfectamente con la concepción popular del ídolo, del personaje de leyenda. Nos muestra un “Capo” o Chapo que dice amar a México, es comprensivo, amoroso con las mujeres, buen amante, fiel amigo y justo juez con quienes se portan a la altura o con quienes le traicionan.
El mensaje es: La culpa no la tiene el delincuente, la tiene el gobierno mexicano y el estadounidense, quienes pretenden como se menciona en una de las escenas: “La privatización del perico”, por ello los audaces y benévolos personajes son los protagonistas, por momentos parecería que la exoneración de los villanos en esta cinta es una velada propuesta a justificarlos y a concluir que la causa del problema son solamente las autoridades. Como aspectos positivos destaca la fotografía de las zonas urbanas y la bien ambientada residencia del personaje principal.
Las escenas más simples resultan las más rescatables, como aquella en la que el Capo aparece desayunando fruta y jugo de naranja junto a su mujer, cual pacífico matrimonio tradicional mexicano. El personaje de Manuel “El Cochiloco” (que no tiene nada que ver con el de Joaquín Cosío en El infierno) está bien escrito porque funciona como el aliado del “héroe”, quien lejos de cumplir la misión encomendada por el gobierno mexicano, se pone a las órdenes de Joaquín Guzmán y circunstancialmente le salva la vida. Cabe señalar que las actuaciones de Irineo y de Héctor Castelo son las únicas que valen la pena.
En resumen, una ficción express creada bajo la expectativa taquillera del tema, logra sus objetivos comerciales de corto plazo pero obliga al público a escapar de la sala de cine.
- Obtuvo una decente taquilla
- Dirección
- Guión
- Actuaciones