Después de ver Tiempo Compartido, la película más reciente de Sebastián Hofmann, una cosa me quedó muy clara. Este director tiene una obsesión muy particular con los muertos vivientes, ya que desde su ópera prima (Halley, 2012) aborda la perspectiva de un hombre que de forma literal, ya es un muerto viviente, mientras que trata de ocultar cómo su cuerpo se va deteriorando poco a poco y a su vez, trata de aferrarse a la vida a través de una conexión con una mujer que conoce. En Tiempo Compartido vemos otra clase de muerto viviente, aquel que da todo de sí para alcanzar una felicidad que no existe, sacrificando su vida personal y familiar por la laboral e irónicamente, perdiendo el deseo de vivir en el proceso. ¿A cuántas personas no conocemos que solo viven para trabajar? Creyendo que eso les dará felicidad o que de alguna forma, creen que les llenará ese vacío existencial que tienen dentro suyo.
En esta película se nos presentan dos tramas: La primera se enfoca en torno a una familia formada por Pedro (Luis Gerardo Méndez), Eva (Cassandra Ciangherotti) y su pequeño hijo. Dicho trío pretende pasar una semana de vacaciones en una villa que forma parte de un hotel de lujo, pero lo que no saben es que por una serie de circunstancias ajenas a ellos, tendrán que compartir su vivienda con otra familia, convirtiendo así su sueño vacacional en una completa pesadilla. Todo esto ocurre en un paraíso adornado a través de colores pastel y neón, lo cual solo sirve para crear una atmósfera de desasosiego y singular belleza visual, la cual choca con los oscuros secretos que la trama y personajes irán develando poco a poco.
Resulta curiosa la forma en que se aborda la insensibilidad de una empresa ante el sufrimiento de alguien que, al menos en teoría, está dando dinero a cambio de una experiencia satisfactoria e inolvidable. No cabe duda que a final de cuentas somos una mera estadística para cualquier compañía. Un grupo de unos y ceros que son analizados con base en nuestro comportamiento y preferencias para de esta forma, ofrecer nuestros datos al mejor postor. En nuestra actualidad invadida por las redes sociales, prácticamente cualquier individuo con las habilidades necesarias puede acceder a gran parte de nuestras vidas con el simple clic de un botón.
Todo esto se ve reflejado en el calvario que sufre el personaje de Luis Gerardo Mendéz, mientras que su esposa trata de ver el lado positivo de dicha situación. Al mismo tiempo se nos refuerza la idea de los muertos en vida a través de un irreconocible Miguel Rodarte, quien muy probablemente entrega uno de los mejores papeles dentro de su carrera. El problema de la cinta radica en que el misterio de la trama se alarga demasiado y para cuando llega el desenlace, se nos deja con una sensación de insatisfacción de que tal vez podíamos haber esperado algo mucho mejor que lo que obtuvimos. Pero a pesar de esto, estamos hablando de una de las mejores películas mexicanas que se han estrenado este año, donde hay que resaltar que hizo lo que muchos proyectos temen hacer: tomar riesgos. En un futuro esperemos que este director pueda definir mucho más su propio estilo, pues de momento su carrera promete muchísimo.
- La paleta de colores y estilo visual
- Las actuaciones de Andrés Almeida, Miguel Rodarte y Luis Gerardo Méndez
- El humor negro
- La trama se alarga tanto que el final parece insuficiente
- Tiene problemas de ritmo