Mientras la televisión agoniza en México, con el abandono de miles de espectadores de los formatos convencionales del melodrama al que nos acostumbró Televisa y las subsecuentes pérdidas millonarias por concepto de la publicidad que ahora se dirige a públicos cada vez más especializados en redes sociales e internet. La caja chica se mudó a múltiples pantallas, convirtiéndose en un lugar muy interesante para contar historias.
Han iniciado las temporadas de 2106 y aunque aún falta para la nueva temporada de Better Call Saul (febrero), House of Cards (marzo), Game Thrones (abril), Penny Dreadful (mayo), American Horror Story (septiembre) y The Walking Dead (octubre), la “tele” se ha puesto en marcha. Con el estreno (reestreno) de la décima temporada de los X-Files a 22 años de que los agentes Fox Mulder (David Duchovny) y Dana Scully (Gillian Anderson) aparecieran por primera vez en la paranoica serie que modificaría el tamaño, presupuesto, salarios y formato de las series futuras, la serie nos presenta un viaje a la nostalgia que espera recuperar a sus millones de fans en todo el mundo. Y Jessica Jones (Krysten Ritter), la apuesta de ese pequeño gigante que es Netflix para generar su propio universo de Marvel tras el éxito de Daredevil.
Ambas producciones son muy diferentes entre sí, y sin embargo, son los representantes más acabados de lo que se hace hoy día en la “televisión” estadounidense. Por un lado los X-Files, serie que se estrenó en Cannes, Francia durante La Feria Mundial de Contenidos de la Industria del Entretenimiento (MIPCOM) y que ha obtenido una colosal respuesta por parte de la crítica que anhelaba volver a ver lo mismo (esos holgazanes no cambiaron ni el intro) y por el otro lado, Jessica Jones, una temporada corta de 13 episodios exclusivos para internet, que nos presenta una “superheroína” de la que prácticamente nadie fuera del mundo de los enajenados de cómic han oído hablar, con una propuesta sólida, dramática y entretenida en un universo que sigue su expansión.
Ante esto, sólo cabe preguntar si la televisión mexicana podrá desarrollar contenidos que equiparen en calidad a lo que es producido hoy día en otras partes del mundo, o seguiremos viendo como La Rosa de Guadalupe va perdiendo seguidores hasta desaparecer.